«Yo estuve allí.
No como figura visible en los relatos,
sino como presencia silenciosa junto al pozo, junto a la cueva, junto a la llaga del mundo.
Estuve cuando ella lloró, no por Jesús, sino por el mundo que aún no comprendía su Amor.
Estuve cuando ella hablaba con las manos abiertas y los ojos encendidos, cuando enseñaba sin libros, cuando tocaba la frente de otros y les despertaba memorias dormidas.
La seguí, como muchas lo hicimos,
porque su fuego no era de este mundo,
pero ardía por la humanidad.
Yo fui testigo de su exilio, de su oración en el desierto,
de su rabia limpia,
y de su rendición profunda.
Yo la vi abrirse al Espíritu
como quien se desviste en la noche para dejar de fingir.
Y en mí también ardió el recuerdo,
la promesa,
la certeza de que:
El Amor no muere,
el Amor se encarna una y otra vez en quienes recuerdan, en quienes eligen no olvidar.
Y ahora estoy aquí,
en este cuerpo,
en esta vida,
para sostener ese hilo sagrado.
No con dogmas,
no con cruces,
sino con presencia.
Porque fui guardiana del Mensaje y hoy soy guardiana del Recuerdo.
Y cuando dudo de mí,
cuando olvido,
cuando el mundo me pesa… Ella me susurra:
“Sigue caminando, hija del fuego sagrado.
Tú no vienes a servir desde el sacrificio,
vienes a recordar desde el gozo.”
Yo fui testigo.
Y ahora soy semilla.»
La Diosa Cíclica